El 23, uno de los nuestros
Pericosonline.com/Iñaki Ellakuría
La vida es una paradoja. Una constante contradicción. Ahí está el ejemplo de Raúl Tamudo. La suerte de este delantero es que nació en Santa Coloma y ha logrado, con el tiempo y mucho sufrimiento, convertirse en el mejor jugador de la historia del club que lleva en el corazón. Un chico afortunado, pensarán muchos. Y no les falta razón.
Pero la desgracia de Tamudo también es haber nacido en Santa Coloma, y no en Belgrado, Rio de Janeiro o Buenos Aires, y por ello haber tenido que pagar un peaje muy alto, demasiado alto, en forma de críticas, menosprecio, insultos, y falta de reconocimiento incluso por una parte de la afición perica…Un joven con mala suerte, pensarán otros tantos. Y tampoco irán desencaminados.
La contradicción de Tamudo. Una paradoja que ha soportado con resignación y silencio durante más de una década. Delantero regordete, poco agraciado, tímido, callado, hijo del cinturón industrial y que ha cometido “el pecado” de no hablar catalán; delantero que siempre se ha mostrado orgulloso de la zamarra blanquiazul y que ha perforado la portería culé con satisfacción; delantero que muchos ridiculizaron en sus inicios y otros siguen ridiculizando hoy (por envidia y rencor) en programas de supuesto humor refinado, optó desde el primer momento por hablar en el campo y huir de los platos de televisiones poco amigas y resistirse a chupar micrófonos envenenados. Una osadía que en estos tiempos de fútbol mediático, de jugadores que parecen bailarinas de discoteca cara y perfume de importación, pasa factura.
Ahora como cada verano surgen los rumores sobre su marcha. Y mientras eso sucede el vecino azulgrana se frota las manos al ver que los pericos se pueden quedar sin referente el año en el que estrenan casa. Titulares anunciando su adiós, palabras vacías, comentarios malintencionados, chismorreos sin fundamento… Nada de esto está logra cambiar a Tamudo quien, fiel a su estilo, aguarda silencio. Duda, sopesa, le da vueltas a su decisión… Hay mañanas que se despierta decidido a partir y buscarse el futuro en húmedos campos británicos… Pero cuando llega la noche y la penumbra invita a la melancolía recuerda sus días de vino y rosas, sus hazañas con la blanquiazul: su gol ante el Hércules, la pillería de la final de Mestalla, el “tamudazo” del Camp Nou, la tristeza de Glasgow… y entonces piensa que no, que no se irá nunca, que su sitio está aquí, porque él por encima de todo, antes que nada, es uno de los nuestros. Lo dicho, la paradoja de Tamudo.